La galle a la calle
Por Matías Cambiaggi
Karina Germano, la gallega tiene una historia que inquieta.
Salió de España intentando reconstruir la historia de su padre pero tuvo que hacer un alto en su investigación porque en Brasil fue condenada a 30 años de prisión acusada de un secuestro extorsivo. Lleva casi diez años de encierro entre las cárceles de Brasil y la Argentina pero aún no perdió las ganas de recuperar su historia y aunque las instituciones de los dos países le nieguen el carácter de presa política, cada vez son más las paredes que amanecen pintadas por militantes con pedidos por su libertad.
Cuando recupere mi libertad, voy a mirar ese año, que para mi comenzará en diciembre, como si fuera la primera vez que desfilan 365 días ante mis ojos.
Hace frío. Mucho. Tanto que la radio habla de la semana más helada del año. El viaje por momentos se hace largo y la ruta angosta sobre la que nos movemos parece apenas una pequeña isla de cemento vertical en medio del campo inmenso. A lo lejos se ven algunas construcciones bajas. Son los pabellones de la cárcel de Ezeiza. El viento sopla sin descanso, ni estorbos. El verde inmenso es su autopista y durante los 300 metros que tenemos que atravesar parece empeñado en querer cortarnos la cara.
Atravesamos la única puerta que permanece siempre abierta en el penal de Ezeiza y en la recepción, el personal del Servicio Penitenciario nos solicita nuestros documentos. Los apoyamos con cuidado sobre un mostrador atiborrado de pistolas, revólveres, ametralladoras y una escopeta, que habrán quedado de algún reciente traslado. Tras una breve revisión, comprueban que se corresponden con las visitas aprobadas y nos conducen a través de un pasillo angosto y oscuro, con más cerrojos que puertas, hasta el aula en donde nos espera Karina.
El ambiente es espacioso, aunque tiene un techo muy bajo, como todos los del penal, y cuenta con una mesa, un pizarrón y unas cuantas sillas para que puedan desarrollarse algunos de los talleres que funcionan durante el año.
Si bien es horario de visitas, el único movimiento que se ve es el de las guardias y la tarde transcurre en un silencio que sólo interrumpen nuestras voces con los saludos y presentaciones de rigor. En la sala somos cuatro, la galle, un viejito flaco y de pelo escaso pero largo, que había militado en Montoneros y que desde hace tiempo visita presos políticos en distintas cárceles del país; José, de larga trayectoria en HIJOS y uno de los amigos de la gallega que militan por su libertad y yo que de tanto en tanto tomaba algunas notas.
Karina nos estaba esperando cebando mate con una mano y abrazando, con la otra, una carpeta en donde guarda todo lo necesario para seguir su causa, las actividades que hacen sus compañeros por su libertad y también varios textos con reflexiones o poesías de ella y de sus compañeras de encierro.
En su cara se nota que diez años de encierro son muchos. Demasiados. Pero que no alcanzaron para borrarle la sonrisa. Viste un jogging y una campera de jean como único resguardo ante el frío y una tos seca que todavía la acompaña como testimonio de un principio de pulmonía que la había tenido a mal traer, da cuenta de que no eran resguardo suficiente. Nos cuenta que había tardado cuatro días en conseguir que la viera un médico desde que comenzaron sus síntomas, pero ella, que es una mujer curtida, parece más preocupada por los mecanismos burocráticos y la falta de humanidad de algunos que por su propia salud.
El mate empieza su ronda para que entremos en calor, rompamos un poco el hielo y todos nos pongamos al tanto de algunas de las novedades que venían de uno y otro lado de estos muros que nos rodean. Al poco tiempo y ya con algunos amargos en la garganta la galle empieza a repasar algunos de los capítulos de su vida.
Un día de ese año subiré al primer colectivo que pase delante de mí, sin preguntar adonde va y bajaré en cuanto vea algo que me llame la atención. Pasaré por delante de alguien que esté intentando destrozar un teléfono; tal vez intente impedírselo o tal vez entienda que hace eso porque no tiene con quien hablar al otro lado de la línea y de esa forma intenta espantar la soledad.
Karina nació en tiempos violentos, lo que equivale a decir poco, porque es violenta casi toda la historia Argentina. Lo cierto es que con sólo 12 años, después de sobrellevar dos años de clandestinidad, cuando comenzaba la Dictadura del setenta y seis partió al exilio junto a su madre y su hermano, cargando con un padre desaparecido. Ya más grande, algunos años después, tomó una decisión que sería similar a la que tomaron anteriormente su papá y su mamá: decidió que no alcanzaba con decir que el mundo estaba mal. Había que transformarlo. Empezó en Barcelona, el lugar en donde vivía, pero claro, el mundo aquel ya era otro, eran otras las coordenadas y ella no era igual a sus padres. Se metió en el movimiento Okupa y después se empezó a meter en casas desocupadas y a construir ahí mismo, sin intermediarios ni jefes, ese otro mundo mejor que quería. Sólo por ponerle un nombre a su voluntad libertaria se asumió anarquista y así aprendiendo de la experiencia fue forjando algunas de sus ideas, pero había una que era también herida y que no la dejaba dormir. Ella quería conocer a su papá. Reconstruir su historia. La de los dos.
Así fue que partió hacia Buenos Aires a juntar pedazos, girones, fragmentos, intentando componer una imagen de la historia de su padre y sólo interrumpía su pesquiza cuando tenía que volver a España para trabajar y poder traer algún dinero que la ayudara a seguir desarrollando su investigación y recorriendo su país. En uno de sus viajes una escala la llevó a Brasil y en ese mismo viaje, durante el año 2002, algunos de sus vínculos con militantes políticos de izquierda, la llevaron a la cárcel. La acusaron del secuestro de un empresario brasilero. ¿Con qué argumento? Sólo por el hecho de que compartía casa con otras cinco personas y que entre ellas había dos que sí estaban implicados en el secuestro en carácter de negociadores. Para la justicia brasilera fue suficiente. A pesar de que dos de los detenidos reconocieron su propia responsabilidad en el hecho y negaron la de los otros integrantes de la casa, entre los cuales estaba Karina, de quienes afirmaron que no tuvieron participación alguna en el secuestro. A pesar de que ningún testigo la reconoció. A pesar de que no se encontraron rastros en su domicilio que pudieran respaldar el tipo de acusación que recaía sobre ella.
Los condenaron a todos, incluída Karina, a 16 años de prisión que luego, en segunda instancia, ante la apelación, se convirtieron en 30, por entender la Corte que el delito no podía ser encuadrado como político y la pena debía cumplirse en la trágica cárcel de Carandirú de San Pablo, en el que se recuerda como su tiempo más trágico.
Ese año quiero que todo lo que toquen mis manos, vean mis ojos, pruebe mi boca sea diferente aunque haya sido igual durante mucho tiempo, así dejarán de ser naturaleza muerta y pasarán a transmitirme el secreto, para estar conmigo y manifestar el milagro del reencuentro con mi vida que está de vuelta.
Karina me cuenta que cuando los detuvieron, eran los tiempos en los que el PCC (Primer Comando de la Capital) controlaba todas las cárceles y los motines violentos eran constantes. Pero la gallega, lejos de amedrentarse por la violencia, la injusticia y hasta el idioma, había decidido transformar su encierro en algo productivo y aprovechó para terminar el secundario, aunque lo tuviera que hacer en portugués y también se hacía tiempo para ayudar a las otras detenidas enseñándoles castellano. Por todo eso Karina era respetada. Tanto que hasta le pedían consejos.
-Yo les decía: Cuando haya motines no se pongan a caminar por los techos con las zapatillas puestas. Anden descalzas. Las locas no se daban cuenta que todas teníamos el mismo uniforme pero que cada una tenía una zapatilla distinta, y ellos desde los helicópteros las filmaban y las reconocían por las zapatillas. Y después les pegaban muchísimo y eran muy pibas.
“Las minas ahí eran muy brutas, la mayoría no entendía nada de nada pero ya estaban metidas en un mecanismo mafioso y era muy difícil salirse. Les decían tenés que matar a tal y las locas iban y la mataban” Contaba la galle y tanta violencia parecía difícil de esquivar. Por esa razón, uno de los últimos motines que vivió Karina coincidió con el día y horario de visita de familiares y amigos al penal. Se festejaba el día de la madre pero no hubo tiempo para regalos. Ese día el mejor regalo que le pudo hacer la galle a su mamá fue intentar que estuviera fuera del penal cuando se desatara la represión, pero no alcanzó para que no viera la barbarie desatada sobre las detenidas y que les terminaría costando la vida a algunas de ellas.
Lo que siguió fue la desesperación de la mamá y su pedido de traslado urgente de Karina hacia la Argentina, el cual conseguiría, pero como sucede a veces, cuando las cosas vienen al revés y no hay bien que por mal no venga, su traslado sirvió de excusa para que un juez argentino le negara las salidas transitorias que le corresponderían y de las cuales, sus compañeros de causa que se quedaron en Brasil, pudieron hacer uso1.
“El juez Delgado niega las transitorias porque dice que ella vino al país 49 días antes de cumplirse la sexta parte de la condena. ¡Pero si fue trasladada de una cárcel a otra! Siempre estuvo detenida- explica Hilda- Y además su vida corría riesgo en Carandirú: tuve que elegir entre salvar a mi hija o traer un cadáver! La elección era obvia” 2.
Quiero de nuevo llenar de fantasía mi vida, porque es mejor el misterio de creer que un trueno es la voz de Dios encolerizado
Se abren las puertas del aula y entran para saludar algunas docentes de los talleres que se dan en el CUE (Centro Universitario Ezeiza) y para que entre, detrás de ellas, una oficial del Servicio Penitenciario para ver porque había tanto movimiento. Después de asomarse, se retiró unos segundos después.
-¿Vos Karina una de las fundadoras del CUE? -Le pregunto.
-No. - Responde con un poco de enojo-. -¿Por qué hay que personalizar siempre?
Este Centro lo armamos entre varias y logramos que sea para todas y no sólo para las que estaban en condiciones de estudiar en la universidad. Porque sino eso era injusto y se beneficiaban solamente algunas.
-O sea que en eso se diferencia del Centro de Devoto?
-Sí, pero sobretodo en que nuestro centro es horizontal y se resuelve todo por asamblea. Acá el responsable no es el que hizo mejor conducta. Acá somos todas iguales y nosotras logramos que todos los pabellones tengan acceso a las decisiones a través de un sistema de algo así como difusores., porque antes no tenían comunicación entre sí.
-¿Delegados?
- No, no son delegados exactamente porque no tienen poder para decidir por el resto. Participan de las reuniones, llevan lo que pasó a sus pabellones, hacen que se discuta y traen la opinión que se decidió.
La voz de Karina suena fuerte y convencida y su contextura grande la respalda. En Ezeiza, igual que en Carandirú, muchas la toman como referente a quien consultar sobre los temas más diversos. Se llama respeto y se lo ganó sola.
-Acá no existe el cartel. El respeto hay que ganárselo. Acá si vos a muchas chicas les preguntás que es un preso político se te van a quedar mirando. Acá no existe eso. Cuando cayeron las presas de la Tablada algunas se ganaron el respeto y otras no. Acá lo que importa es como sos cuando llegás.
Quiero verme a mi misma, cada uno de esos 365 días que están por venir como si fuera la primera vez que estoy en contacto con mi cuerpo y mi alma, así seguiré siendo la que soy, pero también la que me gustaría ser, una constante sorpresa para mi misma.
Karina como buena hija de padres setentistas no dejó nunca de militar a pesar de estar presa. Pero su militancia no tuvo ni tiene que ver con algún proyecto que la esté esperando afuera, sino en el que lleva puesto a donde le toca ir. Durante el aquí y ahora y conjugado en la primera persona del plural. Nosotras, según la perspectiva que ofrece la cárcel de mujeres de Ezeiza. Consiste sobretodo en ser solidaria con sus compañeras, estar atenta a sus problemas, ayudarlas si alguna fue objeto de alguna injusticia o intentar desterrar las prácticas autodestructivas que son costumbre en el penal para llamar la atención del Servicio Penitenciario. La más usual, cortarse, es muchas veces una maldición profunda que busca transformarse en la salida más rápida hacia ese lugar que nadie conoce, en donde se terminan todos los problemas de una vez y para siempre.
La galle también estudia la carrera de Sociología, pinta y edita junto a otras compañeras de Ezeiza la revista Oasis, pensada originalmente como un vehículo de comunicación con el exterior, pero que al poco tiempo cambió sus objetivos y se orientó como herramienta de expresión y comunicación de las internas, para sobrellevar más informadas y unidas la experiencia de lo cotidiano, en ese mundo tan hostil y delimitado por rejas, en el que las sorpresas son constantes y pocas veces gratas.
Una de esas últimas que tuvo la Galle fue reciente y tuvo que ver con la visita de uno de los compañeros de su padre, Rocco, que se enteró de su situación y la fue a visitar desde Necochea, el lugar en donde vive, para llevarle sus saludos y contarle una experiencia que tenía junto a su padre, varios años mayor que él, a quien consideraba casi un mito de la resistencia peronista. La historia tenía lugar en la zona norte de la provincia de Buenos Aires, cerca de la unidad Básica de los Lizazo, con quienes había militado el papá de la Galle, en lo que hoy se conoce como la casa de la memoria y la resistencia de Munro, pero como pasa siempre, las visitas quedan cortas para todo lo que hay que contar y escuchar.
En cada uno de esos 365 días, miraré a todo y a todos como si fuese la primera vez, sobre todo las pequeñas cosas, a las que estoy tan acostumbrada que había olvidado la magia que las envuelve
La noche se hizo presente y los temas se amontonan. Karina y yo intercambiamos opiniones sobre el movimiento Okupa y sobre la necesidad de actualizar tanta teoría pensada para un mundo muy distinto al que hoy tenemos, al mismo tiempo que José y el viejito se enfrascan en una discusión acalorada. Hay charla para largo, pero una vez más se abre la puerta del aula y una de las guardias da por finalizado el horario de visita.
Lo que siguen son las despedidas, los guardias, los cerrojos, las puertas, nuestros documentos, el largo descampado, el frío cortante, el recuerdo, evocado por el viejito y José, del ataque de los mosquitos durante las visitas en el verano, la angosta ruta, la distancia.
Karina Germano López, la galle fue condenada según las leyes brasileras a 30 años, pero se la retiene encerrada con las leyes argentinas. Si se hubiera quedado algunos pocos días más en la cárceles de Brasil hoy estaría cerca de quedar en libertad condicional, pero se vino a la cárceles de Argentina para salvar su vida y por eso pretenden que siga presa. Tan simple, injusto y ridículo como eso.
Hace un tiempo escribió: “Aunque encerrada, me considero una mujer libre, mis ideas y prácticas cotidianas, hacen que mis fuerzas de resistencia continúen batallando con el factor tiempo. (…) Los interrogantes son muchos, la incertidumbre abruma, la impotencia agobia, pero nuestra resistencia continúa”
Karina Germano López ya lleva casi diez años de encierro y está esperando una revisión de su causa para volver a su casa y con los suyos.
Voy a vivir cada uno de esos 365 días como si el planeta se acabara de estrenar y el viento le acabara de dar el soplo dorado de vida a mi corazón…3
1 En Brasil los beneficios de salidas transitorias se otorgan a partir de cumplir un sexto de la pena. En Argentina desde cumplida la mitad de la misma.
2 Testimonio de la mamá de Karina Germano ante el diario Página 12 del 28 de Marzo de 2008
3 Como si fuera la primera vez, texto de Ale, incluído en el número IV de 2011 de la Revista OASIS